Muchas veces, en los foros universitarios, se reflexiona y discute, a veces acaloradamente, sobre las revistas científicas, especialmente sobre su controvertida calidad. Es cierto que las indexaciones internacionales, con sus rankings famosos, especialmente JCR y Scopus, han clasificado a las publicaciones en función de su factor de impacto en cuartiles y percentiles, como si esta fuera la única manera de medir la “calidad” de una publicación. Sin duda, es este un concepto más amplio que abarca dimensiones vinculadas al proceso de gestión de manuscritos originales, novedosos y significativos, así como la visibilidad de los mismos.

Si algo define, desde mi punto de vista, a una revista científica de calidad, es su capacidad de ser conocida y reconocida por una amplia comunidad científica de lectores y autores, por la pulcritud y rigor en sus procesos, la ética, puntualidad y transparencia de todos sus flujos y, sobre todo, por contar con un amplio cuerpo de revisores científicos internacionales prestigiosos en su campo, que sean capaces sistemáticamente de detectar la mejor ciencia para ser publicada. No hay que olvidar que las revistas científicas, ante todo, han de publicar trabajos que progresen y avancen “ciencia” y esto no es una simple obviedad, viendo el panorama de muchas publicaciones por doquier.

Los revisores científicos son la piedra angular de las revistas científicas. Sin ellos, se perdería el valor de la evaluación de las investigaciones en favor de los investigadores (triunfaría el nominalismo), los editores se convertirían en semidioses sacralizados por su poder absoluto y se perdería, en suma, la esencia de la revisión de pares (en cualquiera de sus modalidades) como el óptimo instrumento para detectar los trabajos más originales que se merecen las mejores revistas y la mayor visibilización.

Es cierto que la labor de los revisores ha sido siempre anónima, callada y poco gratificada. Hasta hace muy poco, era una labor muy poco reconocida y valorada. Hoy comienza a considerarse una labor estratégica en campos donde el progreso científico depende en parte en contar con la selección de buenas investigaciones que se traducen irremediablemente en artículos indexados.

Este escaso reconocimiento ha generado problemas estructurales como la dificultad de reclutar buenos revisores, incluso en las mejores revistas y, sobre todo, de contar con buenas revisiones en redacción y profundidad en sus procesos evaluativos. Es este quizás el mal endémico de las revistas científicas actuales. A ello se le une la escasa formación de los revisores en estos complejos procesos de selección, si bien ya muchas revistas cuentan con tutoriales e indicaciones precisas para los revisores.

En suma, pobre reconocimiento, escasa formación, dificultad de reclutamiento de los grandes investigadores para la labor revisora… son algunos de los principales hándicaps reales a los que se enfrentan hoy los editores y que, con imaginación, pueden tener algunas soluciones y alternativas.

La formación puede implementarse desde múltiples estrategias, pero esta misma Escuela de Revisores, puesta en marcha por las mejores 16 revistas científicas de Comunicación latinoamericanas, puede ser un paso adelante, como foro de reflexión sobre los problemas candentes en los procesos de revisión.

El reconocimiento de la labor revisora poco a poco se va abriendo paso, mutando de un anonimato innecesario al cómputo agregado de revisiones en portales como Publons (https://bit.ly/2V5pEa6) de Web of Science (WoS) que, junto a los artículos publicados, publicitan y reconocen las revisiones realizadas en revistas de máximo nivel. También las Agencias Nacionales de Evaluación debe valorar en su justa medida esta labor dignamente por lo que supone de detección de ciencia de calidad y de transferencia del conocimiento. La nula valoración en España de esta labor en la reciente convocatoria del sexenio de trasferencia es una prueba palpable de la ceguera de los responsables científicos actuales del Ministerio.

Las revistas también pueden y deben hacer más en este reconocimiento y no solo pedir a su cuerpo evaluador la tarea en tiempo y forma (que suele ser muy ajustada): contar con secciones específicas para los Revisores Científicos en los portales donde figuren visiblemente como un staff clave y estratégico. “Comunicar” cuenta con una sección, donde además de sus fotografías y créditos, se puede ver su composición, revisiones realizadas, vídeos tutoriales, indicaciones para la revisión, fichas… (http://bit.ly/2tVlQNW). Cada revisor cuenta además con un Espacio Personal online donde puede consultar sus revisiones pendientes, realizadas, o incluso las caducadas o rechazas. Tiene su perfil profesional que puede modificar y completar, y además tiene la capacidad de autogestionarse la certificación, de forma online en cualquier momento, de todas las revisiones realizadas en su trayectoria en la revista.

Además, en línea con este reconocimiento, “Comunicar” ha puesto en marcha este año los Premios de la Excelencia Científica para Autores y Revisores (https://bit.ly/2MV3oem), premiando la fidelidad, la calidad y el compromiso de los mejores revisores de una nómina de más de 700 investigadores de 48 países.

En definitiva, estas experiencias, aun puntuales, refuerzan la idea de que formación y reconocimiento son dos tareas pendientes a nivel global para “empoderar” los Consejos de Revisores Científicos de las revistas, ya que estos son básicos para que una revista sea de calidad y pueda aspirar a tener las mejores posiciones en los índices internacionales.