Autor: Rodrigo González

La importancia del trato con el revisor

Un problema con el que suelen encontrarse quienes editan una revista es con la quejas constantes de los autores en relación a la forma en que los revisores formulan sus dictaminaciones, y, algunas veces, suelen ser quejas y molestias bien fundadas. No habrá sido la primera ni será la última vez, apostamos, en que quienes estamos leyendo esta entrada hemos intervenido y hecho de mediadores, más allá de lo que dictaría la norma práctica, pidiendo a algunos evaluadores mesurar sus comentarios, hacer un uso menos violento de los adjetivos y, muchas otras veces, incluso, señalando que en el fondo pueda existir un ataque ad hominen (aunque todo sea a doble ciego) en el proceso de dictaminación.

Reciprocidad, elemento central del proceso de dictaminación


Hace algunos meses, en épocas prepandémicas, me encontré a una querida colega en un evento académico. Tras ponernos al día y un poco de conversación sobre asuntos universitarios, me dijo, ya en tono de mucha confianza: “… sé que andas muy involucrado con lo de las revistas, y me parece que lo que hacen es un trabajo muy importante, pero te cuento que yo ya rechazo, desde hace tiempo, todas las invitaciones a dictaminar artículos; es un engorro, nadie las toma en cuenta en nuestras evaluaciones, no valen nada en nuestros currículos y solo quita tiempo… mucho tiempo”.  Asentí un poco con la cabeza pero intenté explicarle que la labor de evaluadores y dictaminadores es vital en el trabajo editorial, que, básicamente, un noventa por ciento de los problemas de cronograma de una buena revista se derivan de problemas prácticos en el proceso de dictaminación, muy particularmente de la tasa de respuesta de evaluadores y dictaminadores y de la natural escasez de expertos puntuales en todas las áreas temáticas.

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